domingo, 12 de diciembre de 2010

Expresión corporal

“La boca puede mentir, pero la mueca que se hace en ese momento revela, sin embargo, la verdad” F. Nietzsche

Estamos instalados de modo inconsciente y permanente en la sociedad de la imagen. Por cualquier adverbio de lugar por el que transites, te encontrarás una imagen fija o en movimiento, imagen que usualmente te amenaza, te distrae, te erotiza o simplemente te relaja. Estamos tan acostumbrado a convivir con ellas que frecuentemente, aún viéndolas y sintiéndolas, no reparamos ni en su presencia ni en su mensaje: ¿es perfume, televisor, chica amarilla o negra, calzoncillos o pantalones simples y molientes?; ¿la música que las envuelve es de Sakira o del Fari?. Las vemos, adivinando de pasada su slogan, como algo que ya es consustancial a nuestro ser, envolviendo con suavidad nuestra vida cotidiana como si de un sari de seda indio se tratara.
Pero están ahí esperando que su mensaje hiera nuestro consciente y que con la sangre vertida vayan vehiculados nuestros deseos y nuestros dineros en busca de los objetos tan sutilmente mostrados. Es el fuerte juego que el consumo propone entre las  apariencias y las realidades, entre lo útil y lo inútil, entre lo necesario y lo superfluo, entre la vanidad y la modestia. Constituyen la infantería del imperio del émulo.
Pero cuando recibimos las imágenes de la realidad circundante, de la cercana, de la realidad que podríamos  tocar si nos lo permitieran, entonces nuestras percepciones son otras muy distintas. Nuestra atención se centra en lo mostrado y dicho, sea con música o con fuegos artificiales de fondo, y prestamos oído y vista para desentrañar la verdad de la maraña informativa que a borbotones se nos ofrece. Y aún así, erramos con frecuencia en la formación de nuestras percepciones y criterios. Bien es cierto que lo obvio siempre nos queda claro: el agua torrencial arrasadora, las cenizas volcánicas, las cornadas del toro o los goles marcados no admiten otra interpretación que la de lo estamos viendo. Son imágenes capaces de expresar por sí mismas lo que muestran. Ahora bien, cuando vemos y oímos en directo o en diferido al predicador, al político o al simple charlatán ¿comprendemos en toda su extensión lo que su fluido verbo nos transmite enmarcado por el plano americano de su imagen y envuelto en los tules de la tamizada luz y de la evocadora música? ¡Cuánta mentira hay detrás de todo lo que diariamente vemos y oímos!
Vivimos en una sociedad aparente y permisiva, en la que prevalece la ausencia de criterios bien formados y en la que, por abulia y otros vicios, los ciudadanos tienden a dar por ciertos o por buenos o por asumibles  los principios que marcan la convivencia y los objetivos a conseguir por la comunidad.
Entrenémonos y miremos a través del cristal de la expresión corporal  y descubramos por nosotros mismos, sin intermediarios ni interpretadores, cuánto hay de verdad o mentira en todo lo que nos exponen día a día ante nuestras narices.


sábado, 4 de diciembre de 2010

La última fiesta

Los males previstos resultan menores  Séneca

En nuestro idioma existen dos prefijos que empleamos hartamente en nuestro cotidiano conversar: pre y des. El primero anticipa, da prioridad. Con la aplicación del segundo buscamos negar, privar o incluso exceder.
Me siento a recapacitar sobre lo ocurrido a lo largo y ancho de estas últimas veinticuatro horas con el ya famoso cierre de nuestro espacio aéreo (que según algunos no es de nadie, sino del viento) y no logro entender cómo nuestros insignes mandatarios lo han conseguido pues, a tenor de lo que dicen algunos expertos sobre lo casi imposible de poner puertas al campo,  imagino lo casi improbable que será ponérselas al aire para poderlas cerrar como le convenga a los que, según los turnos políticos y técnicos, estén al mando de la cosa. Se me antoja como un cierre de lo etéreo, de lo que no tiene consistencia material.
Sean como sean las imaginarias (hoy se las cataloga como virtuales)  puertas de allí arriba, lo cierto es que las reales de aquí abajo fueron cerradas, y no de forma virtual precisamente, por mandato de esa clase ociosa –que según Veblen- son los políticos en general y, añado yo, los nuestros en particular, enchiquerando al ganado vacacional que con rumbos y destinos trazados se encontraban arremolinados entorno a las puertas que les darían paso al disfrute de su controlada libertad. Los dejaron desnortados, de golpe. Sin aviso previo. Seiscientas mil cabezas, dicen, quedaron girando sobre sí en los patios de chiqueros. Unos y otros hicieron una precisa lidia colectiva y virtual, a la portuguesa, sin sangre y muerte. Y entre los atónitos espectadores, varios millones de congéneres,  de esta ancestral fiesta,  división de opiniones: pitos y palmas para la terna y sus peones. España en estado puro.
Sentado en mi personal tendido he contemplado con estupor el fantástico y fantasmagórico espectáculo, sobrecogido por la intensidad de las sucesivas escenas que, sobre el guión previsto,  los codirectores iban desparramando a troche y moche en nuestras pantallas según los distintos tercios se consumaban.
Me pregunto si con anterioridad al espectáculo ofrecido, esta pandilla o cuadrilla de administradores  de vidas y haciendas ha pensado sobre algo distinto de cuál sería la recaudación a repartir entre ellos: tanto para los maestros, tanto para el peón de confianza y los peones, tanto para los ganaderos, tanto para los apoderados y  los monos sabios, que como están en la nómina de la plaza, que se aguanten.
Cabe mayor desvergüenza, despropósito, desvarío,….que el de éstos individuos, que sin preparación alguna saltan al ruedo ibérico con la intención calculada de dar una fiesta para su divertimento y exaltación abusando de su posición sin prever, prevenir, presentir, precaver ni auspiciar cuáles serían las consecuencias de las decisiones tomadas con la rapidez y la improvisación alimentadas por esa melopea provocada por los vapores aspirados y exhalados en el  poder.
Cuanta desconfianza propiciáis entre los siempre confiados compatriotas, qué descrédito alimentáis y cuanto desprecio merece vuestra vacua prepotencia. Por favor, no entendamos el progresismo como una derivación del absolutismo.  Estamos ya muy dentro del s.XXI como para aguantar fiestas y representaciones con tramoya de trasnochado maquiavelismo.
Empecé éstas líneas con una cita de Séneca. Las cierro con otra de Baltasar Gracián:

“Para el hombre prudente es más fácil prevenir que remediar” 






viernes, 19 de noviembre de 2010

Trile

Trile
Ya todo es un mercadillo, baratillo o rastrillo. Como vendedores ambulantes, los representantes del pueblo llano acuden de tiempo en tiempo a sus tenderetes parlamentarios. En momentos de crisis no se puede descuidar el puesto -que tanto costó conseguir-por espacio demasiado largo. Montan sus tinglados y ofrecen sus rebajadas mercancías como si de pimientos, naranjas o calzoncillos se tratasen. A todo le ponen precio, subiéndolo o bajándolo según esté el parquet. Hoy toca subasta, es el día álgido del mercado: cuanto me pagas si te cedo, que no te doy, mi voto?. Los trileros llegados de todos los puntos cardinales patrios ocupan sus puestecillos y sin tan siquiera pensárselo, comienzan a ofertar sus apoyos con la esperanza de obtener el sustento que les permita vagar durante  algunos meses más por los intrincados caminos de su penosa vida política. No todos consiguen vender sus defectuosas y pasadas de fechas mercancías, pero –como dicen- lo importantes es to follow in the market, agarrar bien la silla, aún a sabiendas de que solo unos pocos, muy pocos diría yo, son los que tienen esos palos blancos que distraen al personal mientras que el artista de turno trila que te trila a los pocos presentes y a los millones de ausentes. Todos se han convertido en prestiditapolíticos: tres cubiletes, una bolita, mucho cuento y el timo es un hecho. Pocos, pero artistas ellos! Muchos, pero bobalicones nosotros! 
Artolus

jueves, 18 de noviembre de 2010

Sopistas y pamplinas

España ha sido, desde largo tiempo, una nación con las tradiciones bien arraigadas en el pueblo común. Y ha hecho gala de ello. Desde las épocas más remotas de nuestra excepcional historia han llegado hasta nosotros –hoy menos poseídos de nuestra identidad que en cualquier otra- montones de costumbres que han moldeado nuestra manera de ser y de estar. Desde dentro y desde fuera nos reconocíamos y nos reconocían.  No es preciso buscar una identidad, hasta ahora, más definida o con más carácter que la nuestra porque simplemente no la encontraréis. Tardamos ocho siglos –que se dice pronto- en reconquistar el territorio que nos usurparon los árabes. Eso es tener paciencia, conciencia de nación, carácter para hacerlo y esa lentitud de movimientos y cohesión que nos ha acompañado como una leyenda dividida entre lo real y lo imaginado.
Sin más rodeos, a lo que voy. Desde el siglo trece más o menos, una panda de gandules ha transitado por los entre muros de universidades, monasterios, abadías, pensiones y tabernas que, bajo la escusa de la escasez de sus recursos, iban buscando esa sopa boba elaborada con sobras y caldos de hueso de gallina y que, como pago de su sustento, entregaban con ingenio pícaros, cultos y perspicaces cantares: eran los llamados sopistas. Con el tiempo devinieron en tunos y los tunos en tunantes. Los sopistas de hoy siguen la tradición, o costumbre si lo preferís, de tomar la sopa boba que el bobo pueblo pone a su disposición sin recibir nada a cambio que suene a culto, ingenioso o inteligente. Ya no transitan por los entre muros de las universidades, aunque han tenido la habilidad de  convertir las posadas y tabernas en vanos “parlamentos” en donde reposar la suculenta sopa boba que exigen con pertinaz desvergüenza  a artesanos, labradores, industriales y otras gentes de bien. Los políticos de hoy –tunantes antes que tunos, al fin y al cabo- ya nos son los mendicantes goliardos del ayer que entre bandurrias, guitarras, panderetas, cintas de seda y cuchara y tenedor de palo portaban sus raídos atuendos por barrios estudiantiles deleitando con sus sonares al pueblo llano que los acogía con regocijo y buena dosis de piedad, pues en la mayoría de los casos no han sido ni estudiantes, pero si sopistas. ¡Ni un día sin su sopa boba!
Llegado el caso, nos estamos convirtiendo en pamplinas, en simples. Simplemente todos. Gobernantes y gobernados hacen gala de un papanatismo a todas luces fuera de nuestra comprensión y entendimiento. Es la simpleza de nuestra visión sobre el mundo que nos rodea, la que nos impide medir el alcance de la revolución o sedición según se mire, que está produciéndose en nuestro más cercano entorno. Los políticos son unos papanatas que son engañados tan fácilmente como ellos mismos engañan. Las mañanas, las tardes y las noches están llenas de pamplinadas. Da vergüenza ajena contemplarlos. ¿Se creen ellos lo que dicen pensar? ¿Se cree el pueblo lo que dicen o piensan esta caterva de inútiles paniaguados? Sea como fuere el navío capa el temporal por sí mismo, por su propia estructura marinera, pero sin que ni marinería ni pasaje tenga el más mínimo interés en fijarle un rumbo. Ya escampará, ya pasará la tormenta, como en otros tiempos. Ya vendrá la deseada reacción. Así de simple, aunque en el fondo subyace la terrible idea de que el naufragio es posible. La simpleza, el papanatismo, la ramplonería, la incapacidad y el tener el estomago lleno con la sopa boba les impide a unos y a otros reaccionar.
Muestras de simplezas, las traigo a colación de los aconteceres de hoy mismo: mi apellido puede ser que sea o que no y su católica majestad no recibe al Papa. Lo dejaremos todo al simple arbitraje.

Artolus